Blog

Crema de morcilla

15 octubre, 2021 carmen Sin categoría

Los que nos seguís sabéis mucho de nuestra vida formativa y lectora y conoceréis que hace unos meses os contábamos que nos iniciábamos en un curso de escritura con personas que admiramos mucho.

Las historias, el cine, la literatura… son espacios maravillosos donde poder vernos y donde poder pararnos a reflexionar y aprender. Y la psicología, cómo siempre, se nos cuela en casi todo. 

Para participar en este curso escribimos un relato. Y cómo no. Las familias, el dolor, los mecanismos de defensa y la culpa se colaron de lleno en cada uno de los personajes. 

Un relato sobre cómo disfrazamos lo que tenemos para que no nos duela tanto. 

Un relato sobre poder ver las cosas solo cuando estamos listos para hacerlo. 

Os lo dejamos aquí, dónde podemos pararnos un poco más con vosotr@s y masticar todas esas cosas que llevamos por dentro. 

La historia de un trampantojo. 

Para vosotr@s. 

¿Sabes? Hice todo un duelo personal al darme cuenta de que las cosas pueden ser algo muy distinto a lo que aparentan ser. Con las personas me costó un poco más. De todo esto me acordé cuando me encontré cara a cara con ese trampantojo en nuestro viaje a San Sebastián. Recuerdo que pensé en esto, en las cosas que parecen lo que no son. Me refiero a ese viaje que hicimos cuando me compré el primer coche. Un Seat León blanco de segunda mano. Fíjate, han pasado 15 años y me sigue pareciendo la mejor compra que he hecho en mi vida.

No sé si eso es bueno o malo. Porque quizá lo hice muy bien, quizá ahí se quedó congelado mi desarrollo cognitivo, o peor, quizá empezó mi decadencia. 

La cuestión es que, recuerdo ese trampantojo. Tú habías dicho que te encargabas de pedir la comida y esto, ya sabes, no me extrañó. Siempre te gustaba pedir. De repente tenía delante de mi un plato de churros con chocolate, y de verdad que parecía eso, únicamente eso. Nadie en su sano juicio hubiese acertado un sabor diferente a lo esperado, pero resulta que lo que me acabé llevando a la boca fue un churro de manzana mojado en crema de morcilla. 

Debí poner cara de asco, porque te echaste a reír y dijiste: 

  • Mira que estás mayor…pero esa cara no te ha cambiado, la cara de asco sigue siendo la misma de cuando eras una niña. ¿Recuerdas el asco que te daban las espinacas? ¿Y tu madre? Qué obsesión con que te las comieses. A mí no me parecía tan importante.
  • Papá, vives en el pasado. 
  • ¿Cómo crees que iba a querer vivir en el presente? – contestaste, mientras empezabas a bailar con el tenedor en el plato vacío, los ojos se te llenaban de lágrimas y empezabas a hacer esos movimientos de mandíbula. 

Papá, sabía lo que venía en ese momento. Lo sabía. Y no podía sostenerlo. 

Necesito explicártelo, papá. No sé si es tarde, pero tú decías que era mejor fuera que dentro. Bueno, esto lo decías antes de que todo sucediese. 

Verás papá, yo seguía viendo tus ojos, tu pelo, tus manos, tu voz. Seguía viéndote, pero tú ya no estabas. Qué paradoja, ¿No? 

Papá, siempre habías sido un muro inquebrantable para mi. Daba igual lo que me sucediese en la vida que encontraba la calma al pensar que estabas, que me recogerías. Yo era tu niña y quería seguir siéndolo papá. Porque tú eras mi lugar seguro, pero de repente mamá se fue y entonces, tú también. 

Mi psicóloga dice que yo seguía buscando a ese padre, que vivía ya solo en mi recuerdo. Dice que la esperanza a veces habla y actúa, y no solo buscando lo que queremos ver sino tapando lo que no podemos reconocer. Si yo no veía que tú ya no estabas no dolía tanto. 

El problema, papá, es que todo esto tan inconsciente que yo no pude ver a tiempo hizo que me alejase de ti. Creo que por eso me encerré y solo trabajaba y trabajaba. Y te decía que no podía ir al pueblo, y me decías que no pasaba nada. Y yo sabía papá que sí pasaba y que tú te deprimías y que estabas solo pero no sé como lo hacía que lo tapaba y lo tapaba. Te prometo que era incapaz de reconocer tu vulnerabilidad y tu dolor. 

La gente me seguía preguntando por ti y yo te seguía describiendo igual. Como antes. A veces, papá, decía que mamá se había quedado contigo y no contaba que vivía en Ámsterdam con ese tipo. 

Pero entonces llegó ese día. Me llamaban y me llamaban. 

  • Vodafone, pensé. 

Y lo cogí enfadada, muy enfadada porque estaba harta por aquel entonces de estas llamadas. Ahora pienso: ojalá hubiesen sido ellos. 

Porque era Oscar, el policía del pueblo. Habíamos ido juntos a clase, no sé si tú te acuerdas de él. 

Me lo dijo él, papá. 

Que lo habías hecho. 

Que te habías quitado la vida. 

Utilicé ese coche que me había comprado con la excusa de poder ir a verte para ir a verte, pero por última vez. 

Y entonces me di cuenta que estaba rodeada de trampantojos papá. 

  • Que mamá no era un nido de amor que era un nido de inseguridades y dificultades. 
  • Que tú no eras inquebrantable.
  • Que yo no tenía una familia feliz.
  • Y que ese coche no me iba a llevar a verte. 

Llevaba toda la vida pensando que lo que me estaba comiendo eran unos churros con chocolate. Y no papá. Nunca lo fueron.

Deja una respuesta