Una de mis mejores amigas estuvo a punto de perder a su bebé al ahogarse porque regurgitó la papilla al acostarlo boca arriba. Por suerte miró al bebé antes de salir de la habitación y lo puso boca abajo para que expulsara todo el liquido y pudo respirar. En cuanto el bebé se recuperó, mi amiga tuvo que ir urgentemente al baño porque tenía diarrea.
Las situaciones extremas del miedo provocan una liberación masiva de diversas sustancias químicas que alertan a todo el cuerpo de esta situación emocional de “crisis”. En el intestino producimos y almacenamos muchas de éstas sustancias químicas que reaccionan ante las emociones no expresadas o problemas no solucionados.
Tenemos dos cerebros: uno en la cabeza y otro oculto en nuestras entrañas. Los neurólogos han hallado que este último también es capaz de recordar, ponerse nervioso y dominar a su colega.
Al recibir una buena noticia, un cosquilleo placentero nos invade la barriga, como si en su interior revolotearan miles de mariposas. Por el contrario, las situaciones de tensión o miedo hacen que el estómago se encoja y sintamos como si un roedor escarbase en nuestras entrañas. La repulsión hacia algo o alguien puede llegar a producir náuseas e incluso provocar el vómito. Este mar de sensaciones estomacales empieza ahora a encontrar una explicación dentro de los límites de la ciencia.
Las emociones alteran nuestro sistema digestivo
Este segundo cerebro se conoce como Sistema nervioso entérico, y es en realidad una unidad anatómica única que abarca desde el esófago hasta el ano.
Al igual que el recluido en las paredes craneales, el cerebro entérico produce sustancias psicoactivas que influyen en el estado anímico, como los neurotransmisores serotonina y dopamina, así como diferentes opiáceos que modulan el dolor. Además, sintetiza benzodiazepinas, compuestos químicos que tienen el mismo efecto tranquilizante que el Valium.
Este cerebro abdominal tiene dos funciones fundamentales:
-Supervisar todo el proceso de la digestión, desde los movimientos peristálticos, la secreción de jugos digestivos para digerir los alimentos, la absorción y transporte de nutrientes y la eliminación de los productos de desecho.
-Colaborar con el sistema inmune en la defensa del organismo.
Las neuronas de la tripa no sólo controlan la digestión
Contemplando esta unidad anatómica desde la Medicina Psicosomática, en la primera parte, en el esófago, el paciente puede manifestar deglución dolorosa y podemos pensar ¿qué es lo que no puede tragar en su vida actual?… Cuando uno no quiere tragar, ni asimilar una situación, ésta la disimula tragando aire lo que terminará acumulando gases que causarán molestias.
Ya en el estómago, los alimentos deben ser digeridos, pero también aquí se van a digerir los sentimientos. Si el paciente no exterioriza la agresividad, esta se quedará dentro y si la expresa en exceso se sentirá culpable y lo rumiará, pero de ninguna de los formas solucionará su problema. Las personas que padecen de estómago suelen ser personas que rehúyen de las situaciones conflictivas.
Cuando el paciente presenta problemas en su intestino delgado nos podemos plantear sino estará analizando demasiado las cosas. Para la Medicina Psicosomática, el intestino delgado es un indicador de las angustias vitales de la persona, y pueden manifestarse en forma de diarrea, que representa el miedo de soltar. Por otra parte, cuando el que está afectado es el intestino grueso, el síntoma más frecuente va a ser el estreñimiento, que viene a representar la resistencia de dar o el afán de retener. Y no sólo en el sentido material del dar sino también respecto a las emociones, el miedo a exteriorizarlas.
¿Cómo estimular el “cerebro intestinal” a nuestro favor?
El cerebro intestinal libera sus sustancias químicas como, por ejemplo, la serotonina (la famosa hormona de la felicidad y el bienestar) como respuesta a una alimentación y digestión sanas. Hay que saber que la serotonina no se produce sólo en el cerebro sino que, por el contrario, la mayor parte de ella (el 90%) se libera en el intestino. Si nos alimentamos bien, variado y con un aporte proporcional de todos los nutrientes; si tenemos unos hábitos sanos a la hora de comer (sin prisa, masticar bien y no distraernos) el sistema digestivo nos responde y nos lo agradece con una sensación de bienestar, dándonos un buen suministro de energía, vitalidad y optimismo.
Por otra parte, las neuronas digestivas también se estimulan con las técnicas de respiración abdominal, estiramientos, masajes suaves de la tripa, y con calor suave y relajante, aplicado a la zona del vientre.
En resumen, los síntomas intestinales pueden reflejar la personalidad y los conflictos psíquicos. Lo que es bueno para un cerebro, lo es también para el intestino, o mejor dicho, para el cerebro abdominal. Y también a la inversa: si cuidamos nuestros intestinos nuestra salud emocional lo notará y nuestro organismo en general nos lo agradecerá.
“La limpieza intestinal sería para el cerebro del bajo vientre algo así como una cura de sueño para el sistema nervioso central.”