Como os adelanté en el post anterior, hoy os hablo de la personalidad autoexigente en terreno profesional y en las relaciones personales.
La autoexigencia en el ámbito laboral
La persona autoexigente tiene dificultades para aceptar la idea de que no puede con muchas de las cosas que se ha propuesto, reconocerlo implica asumir que para ella también hay límites (como para todos) y conocerlos la enfrentaría con su techo. En lugar de afrontarlo se instala en una falsa ilusión que confunde con realidad.
Mediante el perfeccionismo intenta controlar sus actos imponiéndose una autodisciplina férrea de la que se siente muy responsable culpándose si no la cumple; tarea difícil ya que está sujeto a la previsión y planificación de todo lo que hace con una minuciosidad más allá de lo razonable.
Su actitud perfeccionista, sinónimo de control, rige sus propósitos y sus actos, que revisa reiteradamente, lo que le hace perder mucho tiempo y eficacia. Esta inseguridad ante los posibles errores, le dificulta tomar decisiones, tolerar los cambios y disminuir la capacidad de experimentar al no saber cómo manejar el miedo a la incertidumbre. Para neutralizar este miedo utiliza como «prevención» una serie de mecanismos de control desmesurados de los que es esclavo, éstos mecanismos dirigen y bloquean su vida profesional.
Hay una dificultad muy importante de autoaceptación, se valora por lo que hace y no por lo que es. Está convencida de que las demás personas piensan de la misma forma que ella, creencia que le produce un gran malestar y le empuja a seguir esforzándose sin tregua.
Le cuesta delegar. Al carecer de confianza en sí misma tampoco confía en que los demás hagan bien el trabajo y esto le pone en una situación de sobrecarga laboral que le provoca un estrés que no puede manejar adecuadamente sintiéndose frustrado e impotente.
Se juzga continuamente. La evaluación permanente alimenta su inseguridad y su necesidad de control hacia las cosas que hace para comprobar si están bien hechas. Esta secuencia de comportamiento le hace entrar en un bucle obsesivo que desencadena el estrés y desarrolla síntomas psíquicos y físicos que de nuevo ponen en peligro su salud.
La autoexigencia en el ámbito de las relaciones personales
Las relaciones se ven afectadas, tanto las de amistad como la de pareja como la de los hijos. El exceso de control actúa como «una medida preventiva» ante el miedo al descontrol. La necesidad de controlarlo todo interfiere en sus emociones impidiendo que éstas fluyan para ser sentidas y expresadas. De hecho, la relación que queda más desajustada es la que tiene consigo mismo al no estar nunca satisfecho con lo que hace.
La necesidad de ser valorado y de no decepcionar a los demás lo lleva a «no saber decir que no» cuando le piden algo; esto lo empuja a comprometerse con cosas a las que no puede llegar por falta de tiempo y de fuerzas, pero que ilusoriamente imagina que si. El resultado es justamente el contrario de lo que pretende, ya que acaba decepcionando a quienes habían puesto expectativas en él y para quien finalmente termina no siendo creíble.
La capacidad de empatía suele estar mermada. Ser empático requiere ponerse en el lugar del otro e intentar sentir o pensar lo que el otro siente y piensa, pero en este caso, al estar las emociones parcialmente bloqueadas, el feedback relacional está desactivado y la comunicación se establece desde la vertiente más racional dejando aparte las emociones.
Consecuencias para la salud
La falta de tolerancia a la frustración ante la idea de equivocarse le impide permitir el mínimo error, y la no aceptación de sí misma retroalimenta una actitud perfeccionista y de revisión constante que termina siendo obsesiva lo que le remite a una insatisfacción que se cronifica con el paso del tiempo.
El estrés generado por la sobrecarga que se autoimpone tanto física como emocionalmente y que tiene como objetivo conseguir superarse continuamente sin permitirse demasiadas satisfacciones, lo llevan a una situación límite que compromete sus necesidades biológicas más básicas como las de descansar y dormir. Estas necesidades no son percibidas como algo importante; la persona autoexigente no suele percibir las señales corporales que utiliza el cuerpo para avisarnos, de hecho es como si tuviera el termostato estropeado. Trata a su cuerpo como algo que no necesita demasiado cuidado.
Todo ello compromete su salud. Si el estrés persiste y la persona autoexigente no encuentra la manera de gestionarlo acaba desarrollando síntomas que pueden abocar en enfermedades: ansiedad, ataques de pánico, fobias, depresión, angustia, agotamiento mental, contracturas, migrañas, trastornos gastrointestinales, etc.
¿Qué podemos hacer si somos personas autoexigentes?
Empezar a trabajar para aumentar la autoestima: Aprender a poner límites para que la valoración de nosotros mismos no dependa de lo que hacemos por los demás ni de nuestro perfeccionismo. Identificar los propios límites y contrastarlos con lo que queremos emprender para partir de una base sólida y realista.Identificar los ámbitos en los que somos autoexigentes para averiguar cuáles son nuestras inseguridades y nuestras fortalezas. Entrenarnos para aprender a tolerar y manejar la frustración. No dar tanta importancia al resultado de lo que emprendemos sino al sentido que tiene para nosotros.
Aprender a delegar para evitar el estrés. Aprender a identificar y expresar nuestras emociones para mejorar las relaciones con nosotros mismos y con los demás. Intentar ponernos en el lugar de los demás para crear empatía. Buscar tiempo de ocio para hacer cosas que nos gusten y darnos satisfacciones.
Si a pesar de todo no encontramos mejoría, recomiendo pedir ayuda a un profesional.