Ya os he hablado en otras ocasiones de las metáforas por lo que algunos ya sabréis que soy fan. Las metáforas son un interesante y eficaz recurso en la psicología; se utilizan para cubrir historias que impliquen alguna comparación. Las comparaciones pueden ser sencillas como por ejemplo “fuerte como el acero”, “frío como el hielo”, o más complejas, con historias que incluyen varios niveles de significado, como la que os contaré más adelante. Una buena metáfora puede echar luz a rincones desconocidos , conectando, relacionando una cosa con otra que ya conoces.
¿Cómo funciona una metáfora?
A través de contar una historia interesante, de manera elegante, se distrae la parte consciente del cerebro y se activa una parte inconsciente del mismo…que va rastreando y activando recursos internos, respuestas y significados que ayudan de manera extraordinaria, a que una persona saque a la luz algo importante…que le hace “click” la cabeza y así darse cuenta solucionar el problema.
El inconsciente sabe distinguir las asociaciones, sabe relacionar las cosas, una cosa “lleva” o conduce a otra porque tienen “ rasgos comunes”. Las buenas metáforas son como “llaves” para ingresar a nuestro inconsciente. Las buenas historias en forma de metáforas, no deben ir “directo al grano”, se expresan creando un clima de expectativa y ayudando a establecer relaciones: si “X” es como “Z” y comprendemos “X”, de pronto comprenderemos “Z”.
A veces nos decimos “metáforas” simples y limitadoras: “me siento perdido” o “que día negro”, ¡que bueno sería que cambiemos estas metáforas por metáforas capacitadoras, inspiradoras para que nos cambien la perspectiva de las cosas!
Las metáforas pueden llegar a proporcionarnos una nueva comprensión de nuestra propia experiencia, pueden dar un nuevo significado a nuestras actividades, y en general, a lo que sabemos y creemos.
Comparto con vosotros esta metáfora que nos deja pensando acerca del cambio, para que nos animemos a cambiar, a modificar lo que sea necesario para crecer y vivir mejor.
El alpinista
Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña. Estaba haciendo una escalada bastante complicada, una montaña en un lugar donde se había producido una intensa nevada. Él había estado en un refugio esa noche y a la mañana siguiente la nieve había cubierto toda la montaña, lo cual hacía muy difícil la escalada. Pero no había querido volverse atrás, así que de todas maneras, con su propio esfuerzo y su coraje, siguió trepando y trepando, escalando por esta empinada montaña.
Hasta que en un momento determinado, quizás por un mal cálculo, quizás porque la situación era verdaderamente difícil, puso el pico de la estaca para sostener la cuerda de seguridad y se soltó el enganche. El alpinista se desmoronó, empezó a caer a pico por la montaña golpeando suavemente contra las piedras en medio de una cascada de nieve. Pasó toda su vida por la cabeza y, cuando cerró los ojos esperando lo peor, sintió que una soga le pegaba en la cara. Sin llegar a pensar, de un manotazo instintivo se aferró a esa soga. Quizás la soga se había quedado colgada de alguna amarra…si así fuera, podría ser que aguantara el chicotazo y detuviera su caída.
Miró hacia arriba pero todo era la ventisca y la nieve cayendo sobre él. Cada segundo parecía un siglo en ese descenso acelerado e interminable. De repente la cuerda pegó el tirón y resistió. El alpinista no podía ver nada pero sabía que por el momento se había salvado. La nieve caía intensamente y él estaba allí, como clavado a su soga, con muchísimo frío, pero colgado de este pedazo de lino que había impedido que muriera estrellado contra el fondo de la hondonada entre las montañas.
Trató de mirar a su alrededor pero no había caso, no se veía nada. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era infinitamente remota; aunque notaran su ausencia nadie podría subir a buscarlo antes de que pasara la nevisca y, aun en ese momento, ¿cómo sabrían que el alpinista estaba colgado de algún lugar del barranco?…
Pensó que, si no hacía algo pronto, éste sería el fin de su vida. Pero ¿qué hacer?…
Pensó en escalar la cuerda hacia arriba para tratar de llegar al refugio, pero inmediatamente se dio cuenta de que eso era imposible.
De pronto escuchó una voz. Una voz que venía desde su interior que le decía “suéltate”, “déjate caer no seas bobo, no ves que así no puedes seguir”, y sintió que la voz insistía “suéltate….suéltate”.
Pensó que soltarse significaba morirse en ese momento. Era la forma de parar el martirio. Pensó en la tentación de elegir la muerte para dejar de sufrir. Y como respuesta a la voz se aferró más fuerte todavía.
Y la voz insistía “suéltate”, “no sufras más”, “es inútil este dolor, suéltate”. Y una vez más él se impuso aferrarse más fuerte aun, mientras conscientemente se decía que ninguna voz lo iba a convencer de soltar lo que sin lugar a dudas le había salvado la vida.
La lucha siguió durante horas pero el alpinista se mantuvo aferrado a lo que pensaba que era su única oportunidad.
Pasada la tormenta, el equipo de rescate se sorprendió al ver al montañista muerto, colgando de una soga a menos de un metro del suelo. Si se hubiese soltado hubiese podido regresar por su propio pie al refugio y resguardado hasta que finalizase la tormenta.
Reflexiones
A veces, no soltar es la «muerte». Estamos atados a muchas “sogas” y estamos temerosos de tomar el riesgo de lanzarnos al vacío…y dilatamos las decisiones, las aplazamos…a veces para siempre.
A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó. Soltar las cosas a las que nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída. Todos tenemos una tendencia a aferrarnos a las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en “lo malo conocido”, como aconseja el dicho popular. Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no ésta, temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo… ¿No crees que ya es hora de cambiar?
Pues si, creo que estamos tardando. Buen post. Un saludo
Gracias Esther!