A lo largo del día escucho a muchas personas y me llama la atención cuando emplean un lenguaje cruel para hablarse a sí mismas. Cuando escucho expresiones como “soy lo peor”, “soy un desastre”, “no valgo para nada”, “lo mío no tiene remedio”, «soy un fracasado», y otras tantas parecidas; rápidamente hago que la persona se calle y cambie esas expresiones tan dañinas como inciertas por otras más positivas. Normalmente la respuesta es que es una forma de hablar, “no, es que en mi tierra somos muy exagerados hablando pero no tiene importancia”, o “no me doy cuenta, no lo puedo evitar”, incluso “sí, me hablo así, ya estoy muy acostumbrado así que ni me oigo», esta me gusta especialmente porque es el quid de la cuestión.
En la base de nuestro cerebro existe un pequeño núcleo, el más primitivo, el más natural y salvaje, que funciona al margen de cualquier influencia cultural y que no se deja manipular por nada ni nadie. Ese núcleo, es el centro director de la orquesta de las emociones, se llama amígdala (nada que ver con las anginas) y es el lugar donde nacen las emociones y dónde se originan las respuestas a las mismas.
La amígdala es la protagonista de las emociones, y actúa a nivel químico antes de que el cerebro se manifieste. Esto explica, por qué a veces nos metemos en situaciones pasionales de las que luego más tarde, en frío, nos arrepentimos.
Pues bien, la amígdala no entiende de bromas. Recibe la información “en bruto”, tal cual nos hablamos porque sólo entiende de emociones; y no de ironías, ni sarcasmos, ni interpretaciones. Así que tu amígdala te cree a pie juntillas cada vez que te dices que eres un desastre o un fracaso y reacciona en consecuencia poniendo en funcionamiento los recursos neuronales precisos, y segregando las hormonas necesarias para luchar contra esa situación. Si tu amígdala piensa que eres un fracaso entonces ¿para qué hacer nada?…no tienes remedio…y se pone triste, que es la respuesta automática ante un mensaje destructivo.
De modo que vamos a cambiar nuestro lenguaje para cambiar nuestra vida. Vamos a hablarnos BIEN, vamos a eliminar los «peros», los «voy a intentar», los «tengo que» y vamos a recibir con los brazos abiertos y sin añadir nada más, excepto GRACIAS, los halagos y otros comentarios agradables que recibamos.
Tu felicidad depende de ti.
¡TU DECIDES!