“Sonó el despertador como cada día. Se levantó, preparó los desayunos y despertó a los niños. Mientras su marido se duchaba un mensaje de WhatsApp iluminó la pantalla:”Luis, aún tengo tu olor en mi boca”. De repente una sensación nueva de dolor al leer este y otros muchos mensajes entre su marido y una desconocida la trasladaron a una nueva dimensión. Esos WhatsApps devoraron toda su realidad. Petrificada, muda e inerte salió de casa montó a los niños en el coche y los dejó en el colegio como cada día. Se volvió a montar en el coche. Silenciosa e inmóvil pensó…¿ y ahora qué hago?”
Podemos definir a la infidelidad como la ruptura de un contrato, acuerdo o pacto implícito o explícito, en el cual uno de los dos miembros en una pareja, tiene algún tipo de relación con una tercera persona. Si bien esto puede sonar muy claro, a veces los límites de qué es lo que se considera una infidelidad varía de persona a persona. Hay muchas personas que piensan que si no hubo sexo no hay infidelidad, para ellos los besos no contarían, otras más extremistas creen que tan sólo basta pensar en serlo o fantasear con otra persona para cometer una infidelidad. Y algunas otras personas que, por ejemplo, seducen gente constantemente, llegando a entablar largas charlas y devaneos amorosos no lo consideran una infidelidad.
La cuestión fundamental para hablar de infidelidad es la ruptura del contrato que se había establecido. Al romperse o incumplirse ese contrato entre los miembros de la pareja, se pone en cuestión la confianza y la palabra empeñada, dañando la relación.
Reacciones emocionales comunes entre los “engañados”
Perdida de inocencia. “Mi pareja nunca me engañará”. ¿Cuántas personas se han tenido que tragar estas palabras con patatas? y ¿cuántas viven convencidas mientras la realidad se ríe de ellas?
La infidelidad abre una puerta que deja salir todos los complejos a flote. Se mira a la pareja y no se le reconoce. No sabemos a quién tenemos delante. Ni siquiera se está seguro de la historia que se ha vivido, se mira hacia atrás y todo se reevalúa. “Me invitó a esa cena porque se sentía culpable”, “cómo podía mirarme así la otra noche si venía de estar con la otra”, “cómo es capaz de contarme tantas mentiras”… Todo se interpreta de otra forma, más real, sin anestesia. El sufrimiento da buenas lecciones a quien sabe atenderlas. En este caso, una de ellas es darse cuenta de que el ego tiene que aterrizar desde las alturas. Percatarse de la necesidad de eliminar el pensamiento “esto nunca me pasará a mí”. Si se consigue bajar al ego de allá arriba sin lastimarse demasiado, nos volvemos humildes; más sabios. Y esto ayuda a afrontar no sólo la infidelidad, sino también futuros golpes, tanto del mundo de la pareja como de otros ámbitos.
Simplificar. Los humanos necesitamos entenderlo todo. Y la increíble complejidad emocional que implica una infidelidad también se quiere meter en una cuadrícula. Y eso no sólo es absurdo por imposible, sino porque encima hace sufrir. “La primera pregunta es por qué. ¿Por sexo, por diversión, por amor, por oxígeno…? Es normal plantearse esta cuestión, pero hay que saber que a veces ni el propio infiel sabe por qué lo ha hecho. Queremos encontrar la lógica en el mundo emocional y ahí no la hay.
Culpa. La simplicidad mental lleva también a buscar un único responsable. La culpa la otorga la estrechez de nuestras miras. A veces se acusa al infiel; otras, a la tercera persona, y otras, a uno mismo. Incluso la culpa se coloca en características concretas: “Se ha ido con otro u otra porque soy una persona poco interesante”. Explicaciones limitadas que además actúan como una cuchilla afilada sobre la autoestima.
La venganza. Una reacción ante el engaño es la venganza. Pagar con la misma moneda. No son pocos los engañados que se lanzan a buscar un amante para desquitarse. El problema quizá ha sido cómo se ha vivido, cómo se ha entendido la pareja: como una inversión de futuro. Hemos dado para obtener algo a cambio. Dos errores: invertir y esperar. Los sabios dicen que el fruto de las acciones está en sí mismas. Si se ama esperando algo, ya se está equivocado. En el fondo la estafa se siente no tanto porque la pareja se ha ido con otra persona y nosotros no, sino porque él o ella ha sido feliz mientras la otra parte ha “invertido en la relación”. La mejor venganza no es ir a buscar un sustituto, sino ser felices.
Paranoias y espionaje. Al darse cuenta de que la persona que se tiene delante es capaz de mentir, se enfoca la realidad de forma distinta. Muchos detalles, nimiedades, se convierten en imanes que atraen la atención. Se puede vivir una paranoia y lo peor es mirar hacia delante y ver un panorama de desconfianza perpetua. Controlar se puede convertir en una obsesión. La pareja promete que nunca más va a ser infiel, pero no basta. La realidad es que el futuro nadie lo sabe. La vigilancia eterna es una opción que nos convertirá en desgraciados. La única salida es la confianza… ¿en la otra persona? No. En nosotros. Confiar en que, si en el futuro vuelve a engañar, sabremos encajarlo. Así que, en lugar de invertir en estrategias de vigilancia, la mejor salida es hacerlo en uno mismo, en las fortalezas de cada uno. Si la desconfianza se ha vuelto insufrible, siempre queda la opción de romper. Lo esencial es que la infidelidad ayude a crecer ya sea juntos o por separado.
El perdón es el único final feliz de una infidelidad. Perdonar no significa forzosamente reconciliarse. Se puede perdonar y seguir; perdonar y romper. Disculpar significa hacerse un regalo a uno mismo. Quitarse el resentimiento de encima. El resentimiento no superado convierte la infidelidad en un dolor crónico. Perdonar significa pasar página. No es algo que se pueda hacer instantáneamente. El dolor inicial no lo quita nadie. Para superar el resentimiento, para pasar página, se debe subir un escalón, hay que mirar la situación desde más arriba. Abrir el angular, comprender la naturaleza humana y sobre todo asumirla. La vida es así, compleja, emocional, inesperada.