La historia es testigo de primer orden de la inimaginable capacidad que puede manifestar el ser humano para sobreponerse a tragedias, catástrofes, experiencias límites, etc. El ser humano puede mostrar una altísima capacidad para sobreponerse a devastaciones, deprivaciones, pérdidas y experiencias estresantes y dolorosas, y seguir adelante sin perder el sentido de la vida.
Ejemplos como el de Ana Frank, Víctor Frankl, y el de otros menos conocidos, pero no menos relevantes, como algunos de los sobrevivientes del holocausto judío a manos de los nazis que de alguna manera lograron reorganizar sus vidas y sobreponerse al horror de la guerra y la devastación, ponen de manifiesto la gran capacidad del ser humano para resiliar sus experiencias traumáticas.
¿Qué es la resiliencia?
El término resiliencia tiene su origen en el mundo de la física. Se utiliza para expresar la capacidad de algunos materiales de volver a su estado o forma natural después de sufrir altas presiones deformadoras.
Resiliencia viene del latín resalire (re saltar). Connota la idea de rebotar o ser repelido. El prefijo re refiere la idea de repetición, reanimar, reanudar. Resiliar es, entonces, desde el punto de vista psicológico, rebotar, reanimarse, ir hacia delante después de haber vivido una experiencia traumática. La noción de resiliencia se refiere al “proceso de poseer una buena tolerancia a situaciones de alto riesgo, demostrando un ajuste positivo en vista de la adversidad o el trauma, y manejando las variables asociadas al riesgo ante situaciones difíciles”.
La resiliencia es, pues, la capacidad del ser humano de enfrentar y sobreponerse a situaciones adversas – situaciones de alto riesgo (pérdidas, daño recibido, pobreza extrema, maltrato, circunstancias excesivamente estresantes, etc.) y generar en el proceso un aprendizaje, e inclusive una transformación. Supone una alta capacidad de adaptación a las demandas estresantes del entorno. La resiliencia genera la flexibilidad para cambiar y reorganizar la vida, después de haber recibidos altos impactos negativos.
Ahora, resiliencia no se trata de la capacidad de sufrir y aguantar como un estoico. Más que la capacidad de enfrentar y resistir maltratos, heridas, etc., la resiliencia es la capacidad de recuperar el desarrollo que se tenía antes del golpe. La resiliencia de la persona permite superar el trauma y reconstruir su vida. Boris Cyrulnik llega aún más lejos y habla de “la capacidad del ser humano para reponerse de un trauma y, sin quedar marcado de por vida, ser feliz”.
De modo que resiliencia no significa invulnerabilidad, ni impermeabilidad al estrés o al dolor, se trata más bien del poder de rebotar y recuperarse después de experimentar duras adversidades y experiencias estresantes / traumáticas.
¿Cómo se desarrolla la resiliencia?
¿Está la resiliencia influida por factores congénitos (aspectos constitucionales, atributos personales)? ¿Se puede cultivar la resiliencia? ¿Qué determina el que algunas personas logren resiliar sus experiencias traumáticas, mientras que otras sucumban, dada su vulnerabilidad, ante ellas?
Ante todo diremos que no se nace resiliente. La resiliencia no es una especie de fortaleza biológica innata, tampoco se adquiere como parte del desarrollo natural de las personas. La resiliencia no es una competencia que se desarrolla fuera de contexto, por voluntad de la persona. No la construye la persona por sí sola sino que se da en relación con un ambiente determinado que rodea al individuo.
Por otra parte, no hay un patrón o fórmula fija para edificarla, sino que cada persona va desarrollándola de acuerdo a sus necesidades, y atendiendo a sus diferencias culturales, en función del contexto donde le toca vivir. En este sentido, el contexto cultural juega un papel fundamental en cómo cada persona percibe y lidia con la adversidad y las experiencias estresantes con que la vida la confronta. De modo que cada persona desarrolla sus propias estrategias para resiliar las experiencias traumáticas. De cualquier modo depende de cómo se de la interacción entre la persona y su entorno.
Según el neuropsiquiatra Boris Cyrulnik existen dos factores que propician la resiliencia en las personas:
- Si la persona en su infancia temprana pudo tramar un principio de personalidad, a través de un apego seguro. Este tipo de interacción se convierte en un mecanismo de protección.
- Si luego del “estropicio” (experiencia traumática), se organiza alrededor de la persona, una red de apoyo social. Es decir, la posibilidad de agarrarse de alguien o algo. Este algo o alguien provoca el desarrollo psicológico sano y funcional después del trauma.
El apego: plataforma para el desarrollo de la resiliencia
El apego – la forma como se vinculan el cuidador y el niño a edad temprana – constituye un factor decisivo en la construcción de la personalidad, y en cómo el individuo aprende a regular sus propias emociones. El apego da lugar a los primeros sentimientos y sensaciones positivos (afecto, seguridad, confianza) o negativos (inseguridad, miedo, abandono).
Lo cierto es que la formación del apego ejerce una influencia fundamental para la salud mental y el desarrollo emocional del niño, y tiene un alto impacto en la organización y regulación cerebral. Además tendrá una incidencia determinante en la forma como esa persona en la edad adulta se relacionará y comportará con otras personas. De cómo se vincule el niño a sus cuidadores dependerá el estado de seguridad o inseguridad, ansiedad / temor o estabilidad emocional que desarrollará como adulto. El apego o vinculación afectiva puede ser un predictor de cómo el individuo se comportará de adulto al relacionarse con sus iguales, parejas e hijos.
El estilo de apego, pues, comporta un factor de resiliencia psicológica o un factor de riesgo, en cuanto al potencial que tiene para fomentar la salud y bienestar emocional, y el adecuado funcionamiento cognitivo; o por el contrario, por ser la fuente de problemas psicológicos.
Apego seguro
Se da cuando el niño desarrolla la confianza de que su cuidador (es) se mostrará (n) sensible (s) y colaborador (es) a sus necesidades básicas o ante una situación amenazante y atemorizante. En la edificación de este tipo de apego, la madre juega un papel fundamental. La figura materna es la base para la construcción de la resiliencia. El recién nacido es todo necesidad, y depende totalmente de la madre para la satisfacción de sus necesidades. Cuando la madre cumple con rol de suministradora de las necesidades del niño, y contribuye a crear un ambiente de seguridad alrededor de él, se propicia la aparición de una relación de apego seguro, que constituye la plataforma para el desarrollo de la resiliencia en el niño.
El que el niño desarrolle un apego seguro depende de cómo el adulto cuidador (madre, padre, otro) se vincule a éste. Si el contacto del cuidador con el niño se establece con sensibilidad a las necesidades de éste (sabe que le gusta al niño), si el cuidador expresa sus emociones positivamente en forma congruente, si disfruta del contacto físico con el niño; entonces, el niño tendrá más posibilidad de desarrollar confianza y seguridad, así como una mayor autorregulación emocional y una mayor congruencia en sus manifestaciones emocionales.
El apego seguro representa los lazos afectivos que actúan como mecanismos o sistemas de autoprotección antes las adversidades y embates hostiles y estresantes del entorno.
La evidencia empírica muestra que los niños resilientes, aquellos que lograron establecer un apego seguro, manifiestan tener competencias para la interacción personal, la socialización, la fortaleza para sobreponerse a las adversidades, la autorregulación afectiva, la orientación hacia los recursos sociales, la autoestima sana, la creatividad y el ingenio para sortear obstáculos, entre otras.